-Iré, cuando termine mis consultas. Tengo gente y algunos están graves, le respondió por el viejo teléfono, de marca gringa, que había invadido a México.
Muy pocas veces había visto al tío Julián; contadas ocasiones lo saludaba y no recordaba que, cuando niño, él me cuidaba pues, tanto mi padre como mi adorada madre, estaban en un negocio que habían abierto y que requería el cuidado de ambos.
En alguna ocasión, cuando me encontraba en el despacho con mi papá, me contaba algunas de las anécdotas y peripecias de la Revolución, en la que él había participado. En otras se refería a mis tíos, Pepe y Julián, que lo acompañaron a partir del 20 de Noviembre de 1910, cuando se levantaron en armas los antireeleccionistas, con su objetivo, el de no permitir que siguiera gobernando el vejestorio de Porfirio Díaz, el dictador.
Como no siempre terminaba de contarme me quedaban las dudas y algunas preguntas, pues a los seis o siete años de edad, tenía la atención en un blanco perfecto, sobre lo que había sido la guerra para los soldados constitucionalistas, y sus figuras como Madero, Carranza, y luego los héroes, Zapata y Villa, y tantos otros, que han llenado las páginas de la historia y del acervo cultural y literario tan necesario siempre.
Sentados a la orilla de mi vieja cama, mi tío julián, empezó a contarme algo que había ocurrido en Celaya, y en donde, según sus decires, había perdido Francisco Villa, la ahora muy famosa batalla, por culpa de muchas cosas, factores como las municiones-que le faltaban o que venían defectuosas-, otras, que las cargas de caballería habían sido mal planeadas pues las armas del ejército que comandaba Alvaro obregón, entre cañones y artillería, fueron mortales para hombres y caballos.
Perdió Villa y Obregón quedó manco del brazo derecho, según me relataba mi tío Julián,
-De ahí el mote de El Manco de Celaya.
-Tío, y como te enrolaste en el ejército.
-Las locuras de tu padre. Él pertenecía a un club antirreleccionista y estaba a favor de acabar con el régimen de Díaz.
- Entonces, mi padre...
-Tu padre y sus locuras. Como era el mayor, no se, ya no recuerdo, quizás tenía trece o catorce años. Así que fue fácil para él llevarnos a la bola, y así, de la noche a la mañana, nos andábamos tiroteando con el ejército de Porfirio. Porque Porfirio había dicho que ya no se reelegiría y lo hizo, despues de haber declarado que México ya estaba listo para el cambio.
-¿Y qué sentiste cuando los primeros tiros? ¿Te dió miedo?
-Temblaba, hijo, temblaba. Temblábamos todos, Pepe, Gabriel y algunos compañeros, que eran nuestros camaradas. Con decirte, que para entrar a la batalla, nos echábamos un aguardiente, o dos o tres, para no sentir tanto el miedo de morir...
¿Cómo describir al tío Julián? Era un hombre gordo, cuando ya frizaba los cincuenta años. Medio calvo y con unos ojos negros, un poco saltones. Nariz recta y dientes parejos. Tenía una hernia, que nunca supe en donde estaba ubicada, y que por eso, llevaba una bolsa que sostenía parte de la carne que se le había hecho bolas. Caminaba despacio y por eso se quejaba, sobre todo, después de trabajar en su clínica y atender a tantos enfermos. ¡Claro que tenía muchos porque lo consideraban un buen médico! Además, actuaba como medium, y tenía como "jefe" al doctor Charcot, un médico francés famoso, que Sigmund Freud, estuvo a su lado aprendiendo la técnica de la hipnosis, para curar enfermedades de tipo mental.
Ya viejo, rengueó mucho, pero tenía ánimos para salir a "dar la vuelta", y después de estar en un café de chinos, donde segustaba tomarse un par de vasos de café con leche y ese pan, tan sabroso, que engullía como en los mejores tiempos de sus mocedades.
Quizás, ahora, me digo que ir a los cafés de chinos y comer su pan, sobre todo en las noche, fué producto de la experiencia con mi tío Julián. Sigo asistiendo a La Península, un café que está cerca de la Plaza Garibaldi, y cuyo café con leche y su pan cómo, como si fuera una cena filosofal, o nutrientes que mi cuerpo reclama, para seguir viviendo como un joven, cuando los años han pasado, y me he vuelto viejo.
Pasaron algunos años después de la última vez que ví al tío Julián. Me lo encontré una vez en San Fernando. Visitaba la tumba de Benito Juárez, y sus impresiones fueron tantas, que no cesaba de comentarlas, mientras tomábamos unas nieves de limón. Y claro, tantos años sin verlo, ya muy viejo, me comentaba que pensaba escribir un libro sobre loas acontecimientos de la Revolución, desde su muy particular punto de vista.
-Quiero contar la verdad. Sobre todo hoy que se han dado como en mata los revolucionarios. Hay tantos, que si todos hubieran ido a pelear, México sería diferente ahora. Pienso, por ejemplo, si Zapata o Villa, de no haber sido asesinados, hubieran llegado a la silla, ¿sería México diferente?¿Hubieran tomado otro derrotero y no el grupo sonorense, que le partió la madre al país, y que las consecuencias, de lo que digo, están presentes. Todo mundo es revolucionario pero, para mí, que son puro camote. porque si lo fueran ya hubieran luchado por acabar con la tiranía del PRI. Tantos años y sigue gobernando a México como si fuera de suyo, propio. En fin...
Fueron sus últimas palabras.unos meses más tarde murió. Yo andaba viajando por el norte de la República, en misión periodística, y por eso no leí el telegrama que me anunciaba su muerte. Tampoco supe si escribió o no "su verdad. Lo único que me quedó consciente, es que si él no lo había hecho, tendría que hacerlo, y para hacerlo, tenía que empaparme de los acontecimientos y de las verdades para que, con honradez periodística, hablara, sin morderme la lengua.
¿Podré con el paquete?, me hice la pregunta.
DON RENATO PURAFACHA
Martes 5 de Enero del 2010
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