miércoles, 6 de enero de 2010

-III-MI TÍO JULIÁN Y MIS OTROS TÍOS Y TÍAS

Un 15 de Septiembre, entre los cuarenta y cincuenta, sentados en la mesa del comedor, en donde saboreaba un pan de buena factura panadera. De aquellos cocoles, de anís, que tenían un sabor único. Estaba mamá y otros dos hermanos, menores que yo, y la recién llegada, Concepción que, con Isidora, ya formaban el dueto de las lloronas.

Casi terminado el desayuno, se me ocurrió hacerle una pregunta a papá:
-¿Por qué te fuiste con Villa y no con Carranza?.

Mi papá, que estaba metido en algunas cuentas, no me hizo caso. Repetí la pregunta, se volteó a verme y con esos ojos, verdiazules, me miró y sin quitar su mirada de mi rostro y de mis ojos, levantando la mano derecha, que tenía el lápiz, con el que trabajaba y que yo tenía bien consignado, porque era grande y conforme pasaban los días, se iba empequeñeciendo, me señaló, y contestó , con esa voz que tenía, un tanto grave y lenta:

-No había otra opción. O Villa o Zapata. Me incliné por el primero, después de andar con Madero, porque en Chihuahua, aunque él no era de allí sino de Durango, estaba haciendo muchas cosas, como repartir la tierra, la primera promesa agraria, y gracias a él, Victoriano Huerta, el asesino de Madero, había caído por sus arriesgadas y aguerridas batallas, en las que siempre salía victorioso Villa y la División del Norte.

Pensé si éste párrafo era exacto, que las palabras que ahora recordaba, eran semejantes a las que mi padre dictó, en aquella ocasión, de una mañana, con mucho sol, y cuyo día era especial, porque se festejaba la independencia. Si no fueron iguales, por lo menos esa fue la idea general, a la que me adherí, para seguir preguntando:

¿Qué le pasó a Madero?
- Fue asesinado por el borrachales de Victoriano Huerta; y en quien Madero había depositado toda su confianza, y le pagó de esa manera. Murieron, detrás de la Penitenciaría, Madero y Pino Suárez, que era el vicepresidente. Entonces, ¿con quién me iba? Zapata estaba en Morelos y Villa en el Norte. Estaba también Venustiano Carranza, pero no me llamaba la atención el barbas de chivo. Así que Villa fue el escogido y me fuí con él, llevándome a tus tíos, Pepe y Julián...
-¿Te los llevaste o se fueron contigo?
-Me los llevé, casi a la fuerza...Eran retemiedosos.

Mi papá siguió hablando y yo me sumergí en el limbo, no le escuchaba, pero veía sus labios que pronunciaban palabras y palabras, pensamiento tras pensamiento sobre la Revolución, en la que ninguno de los tres murió, aunque mi padre, en la tercera toma de Torreón, recibió un tiro en la pierna derecha y se le acabó la guerra. Con el tiempo logró caminar sin cojear y así pudo llevar a cabo todos sus proyectos comerciales, después de haberse apuntado en la música y el teatro; teatro-carpa, desde luego. No el teatro zarzuelero ni operístico. Teatro popular, teatro del pueblo.

A mi tío Pepe lo traté muy poco. Se había casado con doña María, una viuda española, cuyo único hijo vivía en España. Después se vino a México y con él se vino abajo los negocios que habían levantado mi padre y mi tío Pepe. Pero eso es otra historia y no me quiero meter con ella, sólo recordar que cuando murió la tía María, vinieron a vivir dos primas, hijas de españoles, y quienes por ser guapas, tuvieron pretendientes a granel. Mi padre y mi tío Pepe habían urdido el matrimonio de una de las primas, conmigo. Desde luego yo rezongué y no pasó a más, porque ella se había comprometido con un español. Así que el asunto quedaba entre ellos.

En algunos años las ví. Comimos juntos en varias ocasiones y desde hace más de 30 años que no se de ellas. ¿Viven? ¿Murieron? ¿Se regresaron a España?

Las dos o tres veces que hablé con mi tío Pepe fueron sobre temas baladíes, hasta que en una ocasión, sin saber porque, abordamos lo de la Revolución y me contó que, en una escaramuza-no recuerdo en qué parte-, vio morir a uno de sus grandes amigos, amistad hecha al fragor de la batalla, y por las noches, en el la hoguera, mientras tomaban su zotol, en una plática que siempre tenía que ver con la paz que se anhelaba ya, y con mujeres, que nunca faltaban.

-A mi general Villa no le cuadraban que fuera las mujeres a las batallas, porque decía que estorbaban la buena marcha de las acciones y a veces retardaban los combates. Impuso esa condición y sólo por las noches, ya en la cena, que no siempre era abundante, sino más bien frugal, fraternizábamos con ellas, o nos acostábamos con las viudas, cuyos maridos todavía estaban en los campos, regados por doquiera, ya bien muertos. Como decían los surianos petate y mujer que nunca falten Lo que sobraban eran los niños, de las recién paridas y que cargarían con ellos, para arriba y para abajo, mientras tuvieran vida y coraje.

La siguiente vez quise corroborar con el tío Pepe si habían sido arrastrados a la bola, por voluntad propia o por capricho de mi padre:
-La verdad no lo recuerdo. Supe de la efervescencia revolucionaria y quise, como muchos de nuestros amigos de la ciudad, empuñar las armas y acabar con Huerta. Quizás hubo un poco de miedo, de capricho o de enlistamiento. Las balas siempre dan miedo, y recuerdo la muerte de mi amigo, cuando parado frente a una ventana, tirándole a los federales de Huerta, recibió un tiro, entre los ojos, y allí quedó. Yo lo sentí mucho porque, según supe, era un buen poeta; escribía de todo, pero le daba por la poesía. A lo mejor él compuso algunos de los versos de las canciones de los villistas. Quizás la Adelita o la Valentina...ya no me acuerdo. Era un hombre bueno y si se había levantado en armas era porque en el gobierno había un usurpador que había matado a Madero y que había que tirar, a como diera lugar.

Mi permanencia en la ciudad de México fue desde entonces un ir y venir por la muerte de mi gente. Cuando murió el tío Pepe, me desplacé para velarlo. Me contaban que había muerto por alcohólico, pero yo bien sabía, que era a causa de que sus logros postrevolucionarios nunca se dieron, no se lograron. Había mucha gente decepcionada de la gesta y sabían que, con un partido único como el PRI, no se daría marcha atrás para poner en práctica los deseos y anhelos de quienes pelearon, entre 1910 y 1915, y después, en las asonadas y con Villa, contrapuesto con Carranzan y la derrota del propio Villa en Celaya. De ahí palreal todo iba a ser diferente, bien que lo sabía, y no porque lo intuyera, sino por los hechos calamitosos que siempre afrentaban a los más pobres, entere ellos yo, un estudiante de teatro que, había hecho sus pininos en las carpas, cuando niño, y que se preparaba para ser un gran actor de dramas.

DON RENATO PURACHA
Miércoles 6 de Enero del 2010

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