lunes, 4 de enero de 2010

MI TÍO JULIÁN Y MIS OTROS TÍOS Y TÍAS

¿Cuántos años tenía cuando mi madre me contaba algunos de los exabruptos de la Revolución? Yo la veía muy joven, ¿era posible eso?. Y la miraba venir, siempre contenta, siempre alegre, cantando un día sí y luego otro. La impresión que tenía de ella me daba ánimos para curarme. Estaba muy enfermo, y mi tío Julián decía casi en murmullo, para que no oyera sus palabras:


-Este chamaco no se va a morir. Hay que cuidarlo mucho y darle su limón con una naranja, en la mañana y en la noche. Tampoco el tío Julián se despegaba de la cama y me supongo, ahora que lo recuerdo, que lo hacía como si yo fuera su hijo. Yo conocía a mi tía: era una morenaza que se había traido del Norte, cuando él y mi tío Pepe, se juntaron con mi papá, para luchar al lado de Francisco Villa, para destituir a Venustiano Carranza.

Algunas de las noches más horrorosas, cuando el mal se recrudece, mi papá solía visitarme y me acariciaba la cabeza o me secaba el sudor. Cuando me veía despierto me preguntaba:
-¿Cómo te sientes?

¿Cómo me sentía? Vagamente recuerdo aquellas noches infernales, despiadadas, en las cuales invocaba a un dios desconocido, porque no tenía conocimiento de ninguno, dado que mi padre, después de la Revolución, se había vuelto ateo, o vaya usted a saber en qué creía, y por lo tanto no me daba ningún consuelo; sólo, aquella frase que al paso del tiempo sigue grabada en mi memoria: Sea usted valiente y enfréntese a la muerte con dignidad.
Tampoco entendía qué era eso de la dignidad. Mis catorce años no servían para nada. Era como un imberbe, porque lo decía mi tío, pero ¿qué conocimientos podría tener en esos días en que sólo se hablaba del pleito de Manuel Avila Camacho y Juan Andrew Almazán. Pleito por la presidencia o algo así.

Mi tío volvía cada mañana. Se sentaba a mi lado y me despertaba con su cháchara, de la que era adicto. Creo que de todos los tíos que tuve, él era el más dicharachero. Siempre tenía algo que contar. Siempre su verbo estaba listo para dispararme, como si fueran tiros de ametralladora, que él supo manejar, o que quizás me engañaba. Pero estaba esa foto, donde él aparecía, junto con otro compañero, manejando el artefacto mortífero.

¿Y matabas a muchos? le preguntaba. Y mi tío Julián enmudecía hasta que llegaba mi madre con el desayuno y desayunábamos, cuando ya me sentía mejor y pensaba, que de la enfermedad que me había azotado, me estaba librando como lo presentía, al ver en su consultorio, a una mujer desnuda abrazando a un esqueleto y me decía sí así es la muerte, ¡quiero morir!.

Eran los catorce años y el sexo empezaba a atornillarme como a todo adolescente. Y si comparaba a la muerte, con la mujer desnuda, era precisamente por falta de conocimiento sobre la materia. Más tarde empecé a leer El Caballero Audaz, libro que pertenecía a mi padre, y descubrí el significado del sexo y la razón porque México crecía en habitantes. Cada pareja traía un montón de chamacos, y pues así, en mi colonia se llenaba de escuincles que, junto conmigo, jugábamos a los soldados.

A un paso de aliviarme mi madre, que estabas cocinando, me dijo que había comprado unas revistas para que las leyera, mientras me retablecía, pues aparte de lo amarillo que estaba, atribuida al sol que no me daba, y lo flaco, pues fueron como tres meses de estar en cama, me fuí a sentar al quicio de la puerta grande, y me entretuve leyendo, la primera novela de Emilio Salgari.

Una vez restablecido fuí a ver a mi tío Julián y le conté las peripecias propias de un chamaco en pleno crecimiento y fue, cuando supe, que m i tío me quería como a un hijo, al pronunciar aquellas palabras que tenían un significado muy especial:
-Sabes, Liborio, tú vas a ser mi heredero. Esta casa con su terreno será tuya cuando me muera.
Tu tía Soledad va a morirse antes, y tú eres un chamaco. Sólo te pongo como condición que estudies, y te prepares para enfrentarte a la vida. Nadie te va a dar un quinto; y si no tienes una profesión, cualquier oficio te sacará de pobretón. Cuenta con la casa, ya es tuya desde ahora. Sólo cumple con tu parte.

La casa nunca llegó a ser mía. Un medio hermano, avorazado, se la quitó a mi tío y se acabó aquel tesoro del que, como todas las cosas, al principio fue una ilusión y al cabo del tiempo, al irme a México a estudiar, me fuí olvidando de la herencia, pero no de mi tío.

Una vez en la capital recibí un telegramas de mi tío que iba a visitarme. Vivía ya aparte de mi otro tío, don Catarino y de mi tía, quién había debutado en el teatro Lírico, en 1914, con el sketch EL PAIS DE LA METRALLA.

Hoy, a más de sesenta y tantos años de aquellos sucesos de chamaco, escribo estos apuntes como si hubiera sido un lugareño avecindado en el Distrito Federal. Escribo recordando lo que mi papá y mis tíos me contaron acerca de la Revolución que, como me expresó mi tío Julián, " la revolución no cambió nada. Los hacendados de esos tiempos de metralla de ayer, tomaron posesión de cuanto latifundio y haciendas abandonadas quedaron, para constituirse en la oligarquía, que sigue mandando en México.

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DON RENATO PURAFACHA
Lunes 4 de Enero del 2010

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