-¿Y de amores qué, tío?
Levantó la cara e hizo a un lado la tasa, donde estaba servido un cafe con canela, que tanto le gustaba y me volteó a ver. Seguramente habrá pensado, me dije, que el cosquilleo del amor o del sexo en tiempos de guerra, era imposible. O bien, porque Tanatos-la muerte-y Eros-el sexo, o algo así se complementaban, cuando el hombre-y también la mujer-, se enfrentarían a la muerte al siguiente día.
O pensaba que no valía la pena hablar de esos amores ya idos, revueltos en la encrucijada de la vida, y con los horizontes más difíciles y tumultuosos; hablar de tantas mujeres, como nombres tenían, y saber, que algunas sí se recordaban y otras no. Amores de una sola noche con los amaneceres de la amargura que, por la revolución, invadía a cualquiera. La zozobra, el desasociego, la mortalidad humana que, en la juventud se equipara a vivir para siempre. Más cuando se llega a viejo, ¿que quedan? ¿Restos? ¿Cenizas? ¿Recuerdos gratos o ingratos?.
-Mira, hijo, me dijo mientras encendía un Delicado. Así como la guerra se hace necesaria para el hombre, así es el amor, el sexo. El único consuelo después de una batalla y sobre todo, para mí o tu padre, que veníamos del ejército constitucionalista, en donde Madero era el jefe, y que se arratraba con el regimiento, el rifle 30 30, y a la mujer, con los trastos y el petate. En las batallas veía el rostro de la muerte, y en el petate, el rostro de un ángel, que me brindaba su deseo y su anhelo de ser poseída, porque también ella pensaba, ¿y si mañana muero?.
Luego me contó de una Chabela, cuyo apellido quedó enterrado, en algún rincón de la patria, que junto con otros soldados, sería su tumba hasta que la civilización la desapareciera, porque "así es el progreso": "construyen aquí y allá". Una fábrica, una industria, todo lo que el hombre puede hacer.
Y vinieron otros nombres, Danila, Esther, Altagracia, Ruperta...
-Tu padre bien que se las llevaba. Era el guapo del grupo y muchas mujeres suspiraron por él. ¡Y cómo no!. Si era güero y de ojos, entre azules y verdes, casi con uno setenta de estatura, y musculoso, que manejaba bien el rifle y la pistola, además de la espada y la bayoneta; pero también era simpático y muy querendón y contaba chistes, con un humorismo muy especial, en tiempos de guerra, que nos dejaba más pasguatos. Mujer que enviudaba quería irse ya al petate con él, y como Gabriel no se hacía el remolón, pues estrenaba mujer, casi en cada batalla.
-¿Lo dices en serio, tío Julián?
-A lo mejor exagero un poco.
La biblioteca de mi papá estaba formada por libros de Salgari, fundamentalmente. Pero también leí a los Cruzoe, las islas del tesoro, y lo que yo recuerdo, casi todas las novelas de Agatha Christie y de Arthur Conan Doyle, con su famoso detective Sherloc Holmes. ¡Que divertidas me daba con las peripecias de éste último para dar con el asesino, sólo a base de deducciones, que desbordaban mi imaginación!. Pocos eran los libros sobre amantes, sexo, y el dramatismo en las relaciones entre la pareja, pero no faltaron y que, como no tenía otra cosa que hacer por las noches, me las llevaba furtivamente a mi cuarto y les daba lectura, hasta que me quedaba dormido, y en la mañana mi madre era la que los levantaba y los iba a colocar en donde tenía su pequeño estante.
Seguramente de allí nació mi instinto bibliófilo. Fueron las primeras lecturas sobre aventuras, amores y sexo, y me fijé como meta cuando creciera comprar, libros y libros que satisfacieran mi curiosidad de adolescente y luego de joven, cuando me inicié en la carrera de la actuación. Sabía, por intuición, que para desarrollar un personaje creible en escena, se requería conocerlo a fondo, saber como era, en su manejo del lenguaje y ademanes, el movimiento de sus pies y la cara, con los gestos y demás aspectos, que significaba a la vez, otro lenguaje. Entonces no había leído a Stanivslaski, aunque ya estaba en México Seki Sano, director teatral que manejaba el método del insigne director del teatro ruso, y que lo dio a conocer.
-Tío, ¿y por qué no te casaste?
-Solo una vez, pero me salió mala, y peleonera, y borracha, Y arrastraba su honor con cualquier hombre del barrio. ¿Cómo podía seguir viviendo con ella? Estaba hasta el gorro de su actitud...Me divorcié y nunca más el casorio.
-Y las otras mujeres...
-Viví con varias. La última es Esther que de ayudante de clínica pasó a ser mecenas del placer en la cama. Ahora tengo poco sexo porque la hernia ya no me permite tener esa relación, pero llega el momento que es más placentero tener a alguien, como compañía, para ir conmigo a donde quiera, porque todo tiene su tiempo y el mio pues ya se agotó.
Supe que Esther salió de la casa antes de que muriera el tío Julián. Supe también que un medio hermano se había posesionado de la herencia, y que ya vivía allí con su mujer y sus hijos. ¿Tenía caso pelear por una casa y un terreno como de 500 metros? ¿Valía la pena?
No volví a esa casa. Ni se si sus moradores son los mismos, o ya murieron. Sólo me queda la satisfacción de haber convivido con mi tío Julián, que era pariente muy cercano y querido, y que además mi médico que me salvó de morir, cuando estaba en plena adolescencia. Y que, al contarme parte de su vida, supe por qué la revolución mexicana falló en su entorno social y en beneficio de la gran mayoría mexicana que, siguió siendo pobre y explotada por los nuevos oligarcas que se beneficiaron y en grande, con los despojos de esa revolución que, con Madero, Villa y Zapata, significó el más grande anhelo de humanismo jamás visto en la América Latina.
DON RENATO PURAFACHA
Viernes 8 de Enero del 2010
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